Me gusta la idea del abismo en el entre, o del abismo que es el entre, la idea de ese misterio que
acaece (coyuntura, redescubrimiento, reinvención) en cada encuentro, choque,
colisión, de dos seres, de dos cuerpos que no son otra cosa que entre, que no
son dos cosas. Que son más. O menos. Pero no dos. Contables. Discretos. Ese
entre es mágico. Irrumpe entre un cuerpo que es uno y otro cuerpo que también
es uno. Pero también un cuerpo puede no ser uno, ser múltiple, cósmico,
terrenal. Somos cuerpo atrás de la parafernalia discursiva que nos impide
corporalizarnos corporalizantes corporales. Somos un ano recubierto de
discursos, de palabras, de letras que transparentan discurso y opacan deseo,
ese entre puede ser un dildo de dos puntas que nos una en una comunión religiosa.
O, mejor, de dos, tres, cuatro, cinco, múltiples, innumerables puntas. Un
dildo-rizoma que nos interconecte en una red de deseo y placer múltiple,
multiplicado, potenciado. Ay.
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