sábado, 5 de agosto de 2017

Un año de sufrimiento

Llegaste un día a arruinarme la vida. No sé si caminabas puto, si te vimos llegar o nos tocaste el timbre, no me acuerdo. Pero trajiste la peste a la ciudad con tu pantalón verde manchado con líquido preseminal y contaminaste todo el ambiente con tus perfumes ricos, lubricaste a escupidas cada rincón, cada hueco, ensuciaste todo con tu aliento, que iba matando cada objeto sin vida. Con tu rabito meneador descascaraste todas las paredes, se cayó el cieloraso y ahora entra agua cuando llueve. Vas humedeciendo todo por donde pasás. Se me llenan los rincones de moho y ya no tengo dónde esconderme cada vez que me amenazás con sacarme todo, dejarme tirado, desnudo, a la intemperie, desprotegido. Porque tu boca es una amenaza, un arma de destrucción masiva. Y te doy todo a cambio para que, al menos, tengas un poco de piedad y me dejes vivir. Si respirás cerca me dejás sin aire, me empiezo a ahogar, golpeo el piso fuerte, el techo, las paredes. Comienza a caerse todo, lo poco que queda en pie. Las ruinas caen sobre mi cabeza, me golpean, me noquean, me mojan y me secan al mismo tiempo. Un pedazo de techo me raja un pezón, me lo aprieta, lo retuerce y me deja sangrando. Todo se vuelve sangre y polvo, se forma como una masa, un adobe sobre el que piso y me entierro como en una arena movediza. Se me empastan las zapatillas y tengo que seguir adelante porque la tesis. Y porque la vida, que no sé lo que es. Ni la una ni la otra. Tengo que dejar las zapatillas, descalzarme. Igual mejor, porque son deportivas y no te gustan. Sigo arrastrándome, nadando en un masacote de manteca y harina, ensangrentado y llorando. Pero no soy yo que lloro. O sí soy yo. Pero las lágrimas son tuyas. Vienen como de afuera. O de adentro mío, pero tuyas. Sigo arrastrándome y los pedazos de cieloraso y vidrios rotos me rasgan la ropa que se va convirtiendo en añicos. No sé bien qué significa añicos, porque junto con mi ropa, que se va deshaciendo, volviendo nada, polvo, también voy perdiendo la capacidad del lenguaje, del habla. Solo me queda el quejido, el gemido, el chillido de dolor y desesperación. Mientras estoy desnudo en las ruinas de mi casa (completamente desnudo no, en bóxer, todo mojado enmohecido bulteado por tu presencia cercana que lo destruye todo). Mientras estoy desnudo, decía, sigo el camino que me proyecta tu aliento para escapar de las ruinas y salir hacia la nada. Porque eso es lo que hay cuando se terminan las ruinas: nada, la nada, el naderío, la nada misma, la misma nada. No sé cómo explicarlo. Algunos le dicen amor, pero yo no creo mucho en eso. Porque hay nada y en el medio de la nada, tu aliento, que lo envuelve todo. En realidad en el medio no, porque ocupa todo el espacio. En el todo de la nada, tu aliento, que es todo, que es nada. Y me tomo de la mano. Pero no de vos, de tu aliento, en medio de la nada, en todo de la nada, en nada de lo todo. Porque es tu aliento el que me guía hacia vos. De la mano y borracho de tu olor, narcotizado con tus líquidos, con tu sudor, con tu semen, con tu culo que me ahoga y no me deja respirar. Hasta encontrarte y volver a ser inmanente. En realidad ya era inmanente, nunca dejé de serlo, pero ahora, con vos, más inmanente que nunca, inmanentísimo, inmanentísima, inmanentísimxs abrazados y untándonos, como a una tostada, con las ruinas, el polvo, la sangre, el semen, la manteca, el techo, los restos, los destrozos y la nada, que es el amor (o la nada que es el amor, sin coma) que también es lo todo.


(Octubre de 2016)



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