martes, 16 de febrero de 2016

Crisis de edad. Parte 2.

Ya estoy teniendo algunos indicios que me pueden permitir alcanzar la resolución del misterio de mi edad. Porque si esto es una crisis de la edad necesito saber de qué edad se trata.
Hay una certeza de base: ya no tengo veinte años. El inconveniente es que, probablemente, nunca los tuve. Al menos si nos atenemos a las características que distinguen los veinte: no sé, serían, básicamente, la obsesión por ponerla (y/o viceversa), algo que nunca me pasó.
Así que, descartando los veinte que nunca tuve, yo diría que mis opciones son: crisis de los treinta, de los cuarenta, de los cincuenta, de los sesenta. Aunque debo reconocer que los años anteriores a los veinte suelen resultar todos bastante problemáticos, así que también podría ser una crisis de los 15 de los 18 de los 19, todos momentos críticos para cualquier vida, excepto la mía que, metódicamente, evitó atravesar esas edades.
Es menester, en consecuencia, atenerse a los indicios, como indiqué en el post anterior. Y hay uno ineludible: mis problemas de erección o, como podría denominarse, función y disfunción del código eréctil.
Este aspecto me lleva a descartar los anteriores y centrarme en el rango entre los 40 y los 60. Si tengo en cuenta la ausencia de canas y la insipiencia de mi calvicie, podría decir que estoy más cerca de los 40 que de los 60. Pero si considero mis bolsas de los ojos, mis arrugas y líneas de expresión, se trataría de una edad que, claramente, pivotea los 80.
En consecuencia, esta investigación permanece inconclusa hasta tanto no se logren recabar más pistas e indicios.
Archívese el expte.



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