jueves, 3 de diciembre de 2015

Anagnórisis

¡Ay, qué horror! ¡Tuve una anagnórisis! Fue completamente involuntaria y me vino de improviso. No buscaba descubrir nada ni saber nada, más bien todo lo contrario, quería cubrir, des-saber. Pero me vino la maldita anagnórisis no deseada y ahora temo dejar de ser quien soy, temo una eventual peripecia de esas que, según Aristóteles, suelen acaecer luego de la antes mencionada anagnórisis ¿o era antes que venían?
Las anagnórisis son así, llegan sin avisar y pueden darse muy al estilo de Edipo: de pronto te das cuenta de algo y ese algo define quién sos. Ejemplo: Me doy cuenta de que soy Atilio. Otro ejemplo: me doy cuenta de que no soy Atilio.
Pero también puede haber otro tipo de anagnórisis, más opaca, más porosa que, más que un saber, implica un no-saber o, mejor, un des-saber, un romperse la cabeza y arrojarse a la nada, romper el espacio-tiempo, entrar en un vórtice que reviva/reactualice/reinvente tiempos y momentos pasados, propios, ajenos, reales, ficticios, legendarios, olvidados, de la historia de la humanidad, de la pre-historia de la pre-humanidad, de la no-historia de la no-humanidad, de la in-humanidad, de la anti-humanidad, que se solapan y se superponen al momento presente (que ya no es un ‘momento’ estrictamente hablando pero no tengo otra forma de llamarlo) adensándolo y tensándolo hasta el rompimiento.
Cuando la anagnórisis que te toca en suerte es esta, la peripecia es la muerte. Pero la muerte como momento presente (por llamarlo de alguna manera a falta de mejor palabra) que se adensa en otros momentos de vida, renacer, reinvención y poliarmonía.

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…y de pronto comienza a recordar (por usar algún verbo que designe algo parecido a lo que le ocurre a falta de uno que se ajuste más), comienza a ser el niño que fue o quizá el niño que no fue, que no pudo ser…




1 comentario:

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