Es
que yo, o sea Natalia, le decía que la gesta de la novela, todo lo
que planifiquemos que no va a llegar a ser, tiene que ser la novela.
Hay que tirarle todo a la novela, como apéndices con fotos,
prólogos, epílogos, y todo el aparato cotextual que se nos ocurra.
Y vamos a hacer una novela de la no novela para que Atilio o yo
seamos presidentes, por ejemplo. Pero no, después reflexionamos y
nos dimos cuenta de que una novela tiene un montón de cosas, como un
protagonista, un antagonista, un conflicto y un desenlace. No
sé si están en la misma taxonomía, pero nuestro extensísimo
conocimiento en la materia dice que una novela se hace así.
Entonces, cuando ya íbamos por la segunda cerveza, agarramos y
pensamos un protagonista que le vamos a poner Juan. Y pensamos que el
protagonista tiene que tener tres características centrales.
Pensamos que Juan es cocinero pero secretamente anhela ser poeta,
aunque no se anima a eso porque está acomplejado con su cuerpo.
Después pensamos que podía tener una historia de incesto con la tía
que lo crió para que haya un edipo concretable y concretante.
Después nos recordamos que no somos García Marquez y nos
deprimimos. Pero un rato más tarde nos alegramos al darnos cuenta de
que tampoco somos Borges. Y también pensamos un antagonista, que se
llama Pedro. Pedro es poeta pero su verdadera pasión es la cocina.
Como Pedro está muy seguro de su cuerpo, se la pasa leyendo en
recitales de poesía para mostrarse y exhibirse, pues modula los
encabalgamientos con pequeños movimientos de sus músculos
pectorales para conseguir el completo éxito de sus versos y
que juan no se anima y que pedro entrena y muestra el lomo en calle 32 y cuando
se le acercan las minitas él les dice que escribe poesía, y les
enchufa un folleto para que lo vayan a escuchar a los recitales de
poesía así le miran los músculos aceitados y encabalgados.
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