jueves, 7 de abril de 2011

Capítulo cuatro.

Si no podés contar tu historia es porque tenés muchas cosas reprimidas, le dijo a Juan su psicóloga. Él pensó que sí y dijo “sí”. Porque no recordás nada de tu infancia o de tu adolescencia, le dijo la psicóloga. Él pensó “sí” y dijo: “sí”. En tu historia hay muchos huecos. Él pensó. Hay muchas cosas de vos que no recordás. Él pensó. Y tenés que ir armando esa historia, ir recordando, para entender un poco más. Él dijo “sí”. Pero pensó “no”. Había muchas cosas que no quería contarle a su psicóloga, cosas que le daban algo de pudor. No le resultaba nada sencillo confesar su adicción a la pornografía, de la que no hablaba desde su última confesión, en la que el cura abrió grandes los ojos y le dijo “rezá diez avemarías” con los ojos así bien abiertos del espanto, como diciendo qué horror la juventud qué horror la humanidad el diablo está en este mundo qué ganas de empinarme un púber, los ojos del cura ese, tan abiertos aquella vez como el culo de Juan ahora. Tampoco se le hacía fácil explicarle a su psicóloga con exactitud en qué consiste la técnica del fisting, así que prefería no mencionarla, porque también le recordaba su primera vez y el dolor y los ojos grandes del cura cuando le confesó que se masturbaba el culo mirando porno soft y el cura enmudeció y, después de un largo silencio, lo mandó a rezar veinte avemarías y algún que otro padrenuestro, con los ojos abiertos como un culo. Y ni hablar de sadomasoquismo. A juan ni se le ocurría la posibilidad de traer el tema de su incipiente sadomasoquismo, aquel que lo llevaba a excitarse sólo cuando era atado, ultrajado, aquel por el que sólo podía sentir placer si era sometido, escupido, penetrado, enlechado por varios hombres mientras permanecía colgado de un arnés, como en una peli porno con el culo como los ojos del cura.

No podía hablarle de todas esas cosas a su psicóloga. No. Pero eso es después, o fue después. Eso pasó bastante más adelante, pues Juan sólo comenzó la terapia cuando ya iba para los treinta años y su vida era tan desastrosa que estaba por obtener un título de grado. Todo eso pasó después, y las cosas habían cambiado ya mucho cuando Juan comenzó a ir a la psicóloga. No, mentira. Lo dije mal. Es así: eso pasaría más adelante, pues las cosas cambiarían mucho para Juan. Así suena más a novela. Es cuestión de dónde ponemos el eje temporal de la narración, de dónde tiramos el ancla, de dónde clavamos la estaca, como dicen los gramáticos chomskianos, hijos de re mil putas que no hacen más que destrozar el español a fuerza de querer hacerlo parecer más al inglés, que es más cool que el español porque los yankees son todos piolas y las películas de Jim Carrey, asegura Noam, son un re cago de la risa.

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