Desde que te fuiste se me hacen muy difíciles los fines de semana, son los días en los que más te extraño. Me angustio, me siento perdida, no sé qué hacer. Todo por culpa de la televisión, seguro. Porque es eso lo que le da sentido a mi vida. Si no fuera por el cambio de la programación semanal no tendría modo de darme cuenta de que es sábado o domingo y no, por ejemplo, martes.
sábado, 18 de febrero de 2023
domingo, 1 de mayo de 2022
yo también fui un chico cris morena (work in progress)
Resulta que me puse a escribir mi autobiografía. Pero avancé unos párrafos y ahí quedé. Va como adelanto de algo que nunca voy a terminar:
Yo también fui un chico cris morena
Yo trabajé con Cris Morena. Fue hace mucho
tiempo, era muy chico. No sé si mucha gente lo recuerda. Pero yo era una
promesa, iba ser la nueva estrella joven del 2000, el faro del star-system
puberto de los noventa, conmigo comenzaba una nueva era de estrellas
infanto-juveniles, como una especie de Renacimiento, de la mano de ella, la
visionaria. Ella lo sabía. Ella lo veía en mí. Recuerdo cuando me reclutó. En
ese momento no se decía reclutar, era más bien “hacer una prueba”. Tampoco se
llamaba casting o multicasting, como le dicen ahora. Yo vivía en Chacabuco,
donde había nacido 5 o 6 años antes una tarde calurosa de enero. No teníamos
plata para comprar sombrillas y el parto tuvo que ser al rayo del sol de las
cinco de la tarde del cinco de enero de 1984, entre vacas y pajas. Nací por
cesárea. Y desde el primer segundo de vida el sol me recibió calcinando con sus
rayos mi piel blanca, muy blanca, como sabiendo que estaba predestinado a las
luces del set, del plató, que iban a seguir quemando mi piel cuando ella me
descubriera, como a una tierra virgen, como una joya a ser pulida, como el
Koh-i-Noor de la corona de la reina británica, colonizado por las luces de la
televisión, de la gran ciudad, de las pasarelas y las alfombras rojas. Ella lo
supo. Lo olió. Seguramente a quilómetros de distancia pudo oler mi talento en
bruto y fue tras él. Hizo un parate en la filmación de Mesa de noticias o de una película de Olmedo y Porcel, no recuerdo
bien, y fue a mi busca. Siguió su olfato, él la fue guiando hasta mí, hasta la
casa de mis padres, en calle de tierra y rodeada de vacas y pajas, en lo más
recóndito de Chacabuco, provincia de Buenos Aires.
Apareció un día, erguida pero olfateando como
un perrito, y se acercó a mí. Mis padres no dieron crédito a lo que sucedía,
estaban ocupados sembrando zapallo en culo y desmalezando las plantas de
tomate. Ella se acercó muy cerca, me miró fijo a los ojos. Yo no supe qué
decir. Todavía no dominaba mucho el arte del habla, sólo pronunciaba cosas
nasales y palabras con eme: mamá, mear, mamadera, madera. Sin dejar de mirarme
fijo (y creo que sin pestañear tampoco), alzó el dedo índice, lo sostuvo unos
segundo en el aire y luego me lo frotó por mi mejilla blanca, muy blanca, y se
lo llevó a la boca. “¡Este es!”, se dijo a sí misma. O me dijo a mí, no sé. Yo
no salía de mi asombro, pero tampoco sabía qué decir. Mamá, mear, mamadera.
Ella seguía sin pestañear: “¡Lo encontré!”. Mamá, mear, madera, mamadera. Su
mirada se acercaba, sus ojos me mareaban. Marear, mear, mamá. Se siguió acercando
hasta que la falta de distancia se volvió opresiva, encerrona. Mamá, mear,
marear, mamadera, madera ¡Morena! “Sí, soy yo”, respondió, “tu nueva madre”.
Mear, marear, mamadera, ¡Mamá Morena! Allí empezó todo.
Mis padres firmaron el contrato sin dudarlo.
Sin siquiera leerlo, tal vez. Ahora que lo pienso, ni sé si hubo un contrato.
Quizás se firmó con el aire, dibujando con el dedo índice una pequeña cruz
imaginaria. O tal vez una servilleta, o una firma en un papel en blanco, al que
luego se le agregarían las cláusulas del acuerdo, bien minuciosas, detalladas,
en letra muy pequeña y tratando de evitar las palabras con eme, para que yo no
entendiera. Los alegraba la noticia, ahora ya no tenían por qué preocuparse de
mí y podían seguir desmalezando las plantas de tomate, que crecen bien fuertes
y grandes cuando más les da el sol de enero. Por eso les gustaban esos tomates.
Yo en cambio era de piel blanca, muy blanca, no podía asomarme mucho al sol. No
era como sus tomates. Cris había sido para ellos una salvadora. Como lo sería
para mí.
“De ahora en más sólo te vas a alimentar de mí”, me dijo, “yo te voy a amamantar”. Yo seguía en silencio, recorriendo con mi mente distintas palabras que me ayudaran a entender. Mamá, mear, mamadera, madera, morena. ¡Mamadera Morena! “Sí, soy yo”, volvió a decir, “y te acabo de descubrir”
viernes, 26 de marzo de 2021
Toda la pura verdad sobre Wandavision
Se trata de una chica que flashea cosas re locas como que está de novia con un coso que es un robot o que está en una sitcom como I love Lucy, pero nunca vio I love Lucy porque se le nota a la legua que no tiene ni idea, así que no se entiende bien qué flashea si nunca la vio. Hasta que en un momento todo cobra sentido porque se da cuenta que en realidad no es ella la que flashea sino que, más bien, es flasheada por otra gente, que en este caso es el Disney. Entonces se da cuenta de que está en el streaming de Disney y se rescata y empieza a hacer aparecer brujas malvadas en escobas malvadas con risas malvadas de brujas que le quieren hacer cosas malvadas como toda bruja de Disney. Pero después se despierta y era todo un sueño que ella estaba dormida y todo eso era una pesadilla. Pasa que en la serie no le dicen sueño, sino plano astral, que es más o menos lo mismo. Fin.
martes, 14 de mayo de 2019
martes, 7 de mayo de 2019
martes, 6 de noviembre de 2018
Capricornio*

En fin, lo que les quería contar como personaje de ficción que tiene en esta oportunidad la posibilidad de narrar su propia historia (quizá me acusen de intradiegética pero no me importa) es que ayer lo vi. ¿Por primera vez después de cuánto? ¿Uno, dos años desde que rompimos? Y quería escribir sobre eso. Pero me senté frente al papel y no me salió nada. Porque en realidad lo vi y no me pasó nada. Ni bueno ni malo. Nada. Nada que sea algo. Algo, digamos, digno de ser narrado.
En fin, lo que quería contar es que ayer lo vi. Y no me pasó nada, no sentí nada, ni bueno ni malo. Nada. Nada que cuente como algo. Nos devolvimos algunas cosas, alguna llave de un departamento en el que ya no vivo, algún par de medias de hace años que ni sabía que era mío y que ya no quiero usar (la moda de las medias es muy abrupta y no me voy a arriesgar a que me acusen de vintage).
