No es que me guste la
crueldad. Es que soy demasiado real. Y la realidad es demasiado cruel. Aunque
ahora, en realidad... Quiero decir que soy un personaje de ficción, así que,
más bien, sería ficcional. Pero así y todo. Tan real. Es que no hay nada más
espantoso que la vida, dicen, incluso en la ficción. La vida en la ficción.
Como esta vida mía. Cruel. Como yo. Cruela de vil. Y no es que ame torturar
perritos. Más bien me atraen las personitas. O me atraían. Si eran cruelas como
yo, mejor. Es decir, reales. Aunque fueran reales en la ficción. ¡¿Qué más
realidad que la ficción queremos, ah?!
En fin, lo que les quería contar como personaje de ficción que tiene en esta oportunidad la posibilidad de narrar su propia historia (quizá me acusen de intradiegética pero no me importa) es que ayer lo vi. ¿Por primera vez después de cuánto? ¿Uno, dos años desde que rompimos? Y quería escribir sobre eso. Pero me senté frente al papel y no me salió nada. Porque en realidad lo vi y no me pasó nada. Ni bueno ni malo. Nada. Nada que sea algo. Algo, digamos, digno de ser narrado.
En fin, lo que les quería contar como personaje de ficción que tiene en esta oportunidad la posibilidad de narrar su propia historia (quizá me acusen de intradiegética pero no me importa) es que ayer lo vi. ¿Por primera vez después de cuánto? ¿Uno, dos años desde que rompimos? Y quería escribir sobre eso. Pero me senté frente al papel y no me salió nada. Porque en realidad lo vi y no me pasó nada. Ni bueno ni malo. Nada. Nada que sea algo. Algo, digamos, digno de ser narrado.
Lo saludé desde
lejos. Estaba ahí. Frente a mí. A unos metros. Durante horas. Con sus ojitos de
vaquillona camino al matadero y su carita de anita la huerfanita. Y supe
inmediatamente que me podría haber dado ternura. Lo pensé. Esto, pensé, podría
darle ternura a alguien que fuera como yo pero que tuviera sentimientos. Yo no
tengo sentimientos. Ni buenos ni malos. Nada. Podría levantarme, pensé, recorrer
esos dos o tres metros que nos separan y abrazarlo. Pero estoy muy ocupada, no
tengo tiempo. De levantarme. De caminar. De recorrer dos o tres metros. De saludarlo
con un abrazo. De volver a recorrer esos metros en sentido contrario y sentarme
nuevamente. No tengo tiempo para sentir ternura. Tengo mucho trabajo. Una lista
interminable de pendientes, de cosas por hacer. Y yo soy muy de las listas.
Nunca las termino de cumplimentar del todo. Pero igual las respeto y voy
tachando lo que hago y sumando las nuevas tareas por hacer. Porque mi segundo
nombre es éxito, creo que no se los había dicho. Y el éxito no llega solo,
lleva trabajo, esfuerzo, compromiso, responsabilidad, tesón. No hay tiempo para
ternuras.
Revisé mi lista de
cosas por hacer para corroborar si sentir ternura era una de mis tareas para
ese día. Pero no.
Así que lo vi y no
sentí nada. Y no es que me haga la deconstruida. Porque no les voy a mentir.
Alguna que otra vez me enamoré. Y después del amor viene el desamor, el
sufrimiento, el llanto. Yo ya hice todos mis melodramas, mis escenas teatrales,
mis arrastrarse por los rincones. Pero ahora no tengo tiempo. Y no es que me
haga la desafectada o la insensible. Pero no siento nada. Ni bueno ni malo. Tampoco
me hago la deconstruida, ya lo dije. Pero no es por incapacidad. Porque si
quisiera podría tomarme el trabajo de deconstruir el amor romántico. Sólo tengo
que sumarlo a la lista de tareas pendientes. Tarde o temprano la voy a terminar
tachando. Listo. Ya deconstruí el amor romántico. Pero hasta ahora no tuve la necesidad.
Porque en realidad a mí el amor romántico no me afecta. Porque no siento nada.
El asunto es que
quería contarles una historia y siento que estoy dando vueltas en círculos sin poder
contar nada (aunque ya anden por ahí tratándome de intradiegética). Yo quería
contar la historia de la crueldad. La crueldad del amor. Pero no sé contar, no
sé narrar. Sólo sé balbucear e intentar ordenar esos balbuceos en palabras que
siempre me tergiversan, no sé cómo explicarlo. Lo intento exponer y vuelvo a
dar vueltas en círculos. De pensamientos. De sensaciones. De balbuceos.
En fin, lo que quería contar es que ayer lo vi. Y no me pasó nada, no sentí nada, ni bueno ni malo. Nada. Nada que cuente como algo. Nos devolvimos algunas cosas, alguna llave de un departamento en el que ya no vivo, algún par de medias de hace años que ni sabía que era mío y que ya no quiero usar (la moda de las medias es muy abrupta y no me voy a arriesgar a que me acusen de vintage).
En fin, lo que quería contar es que ayer lo vi. Y no me pasó nada, no sentí nada, ni bueno ni malo. Nada. Nada que cuente como algo. Nos devolvimos algunas cosas, alguna llave de un departamento en el que ya no vivo, algún par de medias de hace años que ni sabía que era mío y que ya no quiero usar (la moda de las medias es muy abrupta y no me voy a arriesgar a que me acusen de vintage).
Lo intento y vuelvo a
los círculos. Pero la verdad es que no estoy para balbuceos. No tengo tiempo.
El amor lleva tiempo. El desamor más todavía. ¿Y después qué? ¿Intentar
recuperar el tiempo? ¿Retomar la lista de tareas pendientes para notar que no
hizo más que crecer y crecer y crecer mientras perdía tiempo en el amor,
primero, en el desamor, después? Y no es que ande por ahí haciéndome la
deconstruida. Ya se los dije. Tampoco es que sea insensible. Pero la verdad es
que no siento nada. Ni bueno ni malo. Nada. Por nadie. Ni por ningún par de
medias. Ni por ninguna llave de un departamento en el que ya no vivo. Nada de
nada. Nada que sea algo. Porque los balbuceos no los puedo traducir en
palabras, no los entiendo. Y lo único que importa son las palabras. Sobre todo
ahora que soy yo la que está narrando, aunque me vean por la calle y se crucen
a la vereda de enfrente murmurando “miren ahí va la intradiegética esa del par
de medias”. No me importa lo que digan de mí.
Llamenmé deconstruida
si quieren. Pero no. Porque el amor lleva tiempo. Y yo ya hice todo lo que
tenía que hacer en el amor, primero, en el desamor, después. Ya hice todos mis
cariños, todos mis poemas, todas mis escenas de teatro y mis performances
melodramáticas. Porque eso sí, soy muy creativa para la maldad. Tengo mucho
talento. Para la bondad, en cambio. Ahí soy más bien mediocre. Y esta vez no
sentí nada. Ni maldad ni bondad. Entendí que el amor lleva tiempo y deviene en
desamor que lleva luego más tiempo y adviene nuevamente otro amor y otro
desamor. Tiempo, tiempo, tiempo. Y yo tengo muchas cosas que hacer. Una lista
de pendientes que crece y crece.
Llamenmé desafectada.
Insensible. Deconstruida. Intradiegética. Vintage. Lo que quieran. No me
importa. Porque no tengo tiempo para ofenderme o enojarme por lo que ustedes
piensen de mí. O para indignarme. O para sentarme a sentir ternura por esos
ojitos tristes. O a sentir algo. Aunque no me siente y me quede parada. Algo
que valga como algo. Narrable o inenarrable. Pero algo. Y yo no siento nada.
Nada de nada. Porque el amor (ese balbuceo) es nada. Y el desamor (otro
balbuceo) es más nada. Nada de nada. Y ni hablar del poliamor (más y más balbuceos)
o del polidesamor (pufff, ya perdí la cuenta de tanta nada). Y yo estoy acá para
algo, no para nada. Tratando de hacer algo. Que cuente como algo, pensé.
Revisé mi lista y
taché una de las tareas pendientes.
* "Capricornio", colección Zodiaco, editorial Tolomochxs, La Plata, 2018.
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