Y sí, venía diciendo que
Juan una vez se enamoró. Quizá varias veces. Eso decía en los primeroscapítulos y después perdí el hilo de la narración, una cosa llevó a la otra,
atravesamos universos distópicos y ucronías seminales, y acá estamos, dos años
después y no sé cuántos capítulos y todavía no avanzamos nada.
Y cuando digo que “perdí” el
hilo, así, en primera persona del singular, no quiere decir que yo tengo claro
quién habla acá. O quién hablo acá. Que tenga claro quién es este Yo que dice “yo”,
si es –o soy− el autor o no hay autor, o soy el tipo que narra, que se llama “narrador”
en forma genérica, pero bien podría ser una tipa, una narradora, o unx tipx,
unx narradxr o narradorx. En cualquier caso tampoco sabemos si, por una de esas
casualidades, podría ser intradiegético o heterodiegético. Claramente
homodiegético no, porque unx cosx es lo narradxr que es “yo” y otra lo
protagonistx, que es Juan, de quien recientemente recordamos que una vez se
enamoró. O quizá varias. Incluso, tal vez, todas las veces. El asunto es que de
ese amor –ahora nos referimos puntualmente al enamoramiento originario del que
habla esta novela (aunque no sabemos por
qué de pronto usamos la primera persona del plural al modo ponencia)− guarda
cicatrices como tatuajes. O quizá piercings. O prótesis. Cachos de carne.
Rastros de adn en las uñas. En la boca. En el ano. No sabemos qué guarda.
¿Órganos quizá? Pero sí sabemos cómo. Hechos carne. Sangre. Cuerpo. Lágrima.
Orgasmo.
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