No conozco mi cuerpo. Nunca miré mi ano en un espejo, en el piso,
agachándome, para conocer mi interior. No me llevo bien con mi cuerpo. Soy como
un manojo de gases que me inflan hasta estallar. Nunca tuve una buena relación
con mi pene tampoco. Siempre fue un objeto extraño para mí. La verdad es que me
llevo mejor con los penes ajenos que con el propio, siento más propios, más
familiares los penes ajenos. Sé qué cosas puedo hacer, cómo hacerlas, sé leer
las reacciones, los gemidos, los gestos. Cuando se trata de mi pene, no. Se me
vuelve ajeno, extraño, se me hace el otro. Se me caga de la risa. Me juega
bromas pesadas. Se burla de mi cara, se burla de mis ganas. Quizá deba
experimentar un poco más. Introducirme cosas en el ano y ver hasta dónde
entran, por dónde salen, si se pierden, si se encuentran, si generan comunidad,
metástasis. Y qué es lo que emerge, ya no como significante, sino como materia, si es que emerge algo. O, quizá, todo se queda a vivir, adentro, como guascas mancomunadas. Si hay un adentro.
ay me pasa todo eso, mucho. sólo que no con mi pene. el resto si aunque me miré con el espejo porque morbo
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