LAS CINCUENTA SOMBRAS DE NATILIO o de cómo perder la virginidad con la puesía
Cuando Juan se
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. O cuando Pedro se despertó. O el
que todavía estaba era Pedro. O Juan. Que le decían del dinosaurio porque era
anticuado. Entonces el que se despertó fue Pedro. Y el que todavía estaba era
Juan, el dinosaurio. Echado en la cama con las manchas de sangre de la
desfloración anal. Sí, Juan era virgen. O había sido, si utilizamos bien los
tiempos verbales. Ya no lo era, había sucumbido a las estratagemas del BDSM de
Pedro, había entrado a su cuarto repleto de látigos y arneses, esposas, sogas,
de todo. Juan había sucumbido a los encantos de Pedro, pero también ante el
mundo del sadomasoquismo que le generaba temor, incertidumbre, pero al mismo
tiempo lo atraía sobremanera. También había sucumbido al dildo de dos puntas.
En resumen, lo importante de la escena es que Juan había sucumbido. Y ahora
Pedro le quería hacer firmar el contrato de sumisión y Juan estaba que sí que
no, que no sé si te lo firmo, que la cláusula de confidencialidad me la banco
pero esta cláusula que dice que me vas a meter ratoncitos por el ano me da un
poco de impresión, prometeme que los vas a higienizar bien a los ratoncitos,
quiero que eso figure en el contrato. En definitiva, a Juan no lo terminaba de
sucumbir el contrato, así que quería esperar y hacer todas las modificaciones
necesarias para que lo sucumba completamente. Pero para eso tenemos que esperar
el siguiente capítulo.
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