viernes, 25 de marzo de 2011

Capítulo tres.

Una novela escrita con la punta de la chota.

capítulo uno

capítulo dos

Capítulo tres.

por Poronga Giménez, la diva de la cadera rota.

Era un olor extraño el que había en ese gimnasio. Era un olor a gimnasio, claro. Pero como era la primera vez que entraba a un gimnasio, para él era nuevo. Consistía en una mezcla de sudores acumulados, superpuestos. Era un olor compuesto por distintos olores solapados. O en pliegue, como dicen los críticos literarios que se encargan de inventar palabras y conceptos (o peor, robarlos de otro lado sin entenderlos demasiado) que no conducen a ningún lado para complicar las cosas y que no se les note su estupidez o, diría yo, cuadradez, así, ya que estamos, aprovecho para inventar una palabra: cuadradez, que designa y define a este tipo de crítico que estoy criticando, categoría en la que también entro yo, desde el momento en el que digo “cuadradez”. Así es la crítica literaria, extensos rodeos para nunca llamar a las cosas por su nombre. ¿y por qué yo no puedo ser un crítico literario? ¿acaso no estoy escribiendo una novela? y escribir una novela es más difícil que hacer crítica, por eso todos los críticos de la academia son literatos frustrados.

Una fragancia compuesta por los restos de todos los olores de las personas que habían pasado por ahí, estaba diciendo. Ese olor quedó marcado en Juan que, no sé si recuerdan, es nuestro personaje protagonista. Ese olor quedó marcado en Juan, decía, aunque con el tiempo se le sumarían otros olores que conformarían, al adosarse, una única imagen, una sensación. Pero eso con el tiempo, porque Juan puso por primera vez un pie en un gimnasio cuando muy joven, a eso de los 15 o 16 años y después tendrían que pasar unos 8 o 10 años más para que ese olor se confundiera con el olor a culo ensalivado, se asociara al olor a acabada, a poronga enlechada.

Ahora va un pliegue. la palabra poronga me gusta mucho. No es lo mismo decir pene, pija, pito, etc. La palabra poronga tiene otra resonancia, es más imponente. Esas son las cosas lindas que tiene la gramática del español que los conductores de televisión y los críticos mediocres (i. e. todos) se encargan de destrozar los hijos de puta. Las palabras del castellano tienen muchas sílabas, no son como las del inglés por ejemplo que son cortitas, las palabras del castellano hay que pronunciarlas con mucha suavidad y cada sílaba espaciadamente sin masticarlas como si se estuviera haciendo un pete. Las palabras del castellano saben a líquido preseminal. Para hablar correctamente el castellano uno tiene que haber hecho muchos petes y tener la lengua bien lubricadita, y cuando digo uno me refiero a mí, a vos y a él/ella, pero también a todos los demás que la gramática del castellano en este preciso momento no nos deja nombrar. Ahí se queda corta nuestra gramática, a pesar de lo que digan los gramáticos estúpidos del idioma español o castellano que todavía no sabemos cómo se dice, si español o castellano, ni para eso sirven los gramáticos flor de estúpidos que arruinan una lengua tan linda como la nuestra con basuras chomskianas.

Y ahora viene el repliegue, que es la parte en la que el olor a culo ensalivado o el olor a poronga enlechada le hacen rememorar a Juan su primer visita a un gimnasio. Pero eso mejor lo dejamos para el capítulo que sigue que viene a ser el número cuatro que capaz un día de estos lo escribo.

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